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lunes, 15 de febrero de 2010

Testamentos, exámenes, palabras mágicas y algún milagro para el sábado

Hemos sobrevivido al mes mas corto y que más se esfuerza en birlarnos las ganas de vivir. Porque Febrero se metamorfosea en exámenes y éstos solo se entienden en términos de supervivencia, cada año más acendrados y más al límite, o, al menos esa debe ser la sensación que se te queda siempre que acabas; lo que ocurre es que de la última vez no te acuerdas ya.

La quiniela del alzheimer nos puede tocar por varios motivos, ya sea por esa incontrolable tendencia de bañarnos en liquidos graduados en cuanto cruzamos el umbral del último examen ya sea por la necesidad de sujetar con celo las tinieblas en las que estamos envueltos, esas en las que las pruebas escritas son sólo una droga dura para dar esperanza, una esperanza que mata en vida a cambio de una muerte que prolonga la existencia propia. No deja de ser curioso.

A lo que íbamos, exámenes y contiguamente olvido sistemático. Pero, ¿olvido de qué? Los problemas y las presiones se han desvanecido, pues ya no tienen solución. Realmente igual no es términos de olvido donde se esta labrando la jugada. A fin de cuentas, pasar un buen rato no necesita de excusas grandilocuentes. Sin embargo, ahora que los dias van desperezándose un poquito más cada veinticuatro horas que pasan y el horizonte parece querer señalarnos una vida (¿o era una repetición?) esperándonos apoyada en la marquesina de alguna parada de autobús, melena a media espalda, la horrorosa sensación de ese camino que tiende a infinito cada vez que proclamas un paso en sus venas y aristas es omnipresente.

No sabemos ni de oportunidades ni de señales que nunca llegamos a ver. Solemos interpolar nuestras propias ideas con una contexto a partes igual real y figurado implicando como resultado un juego de espejos deformados que nos llevan a la nada más absoluta. Por eso, hasta los bohemios más recalcitrantes, acaban entendiendo en sus composiciones que volcar la sangre en un vaso y en unos labios que nos ofrecen guarida a nuestros miedos, a nosotros como vuelos individuales, mutables pero permanentes, nunca dejará de ser un camino que también oposita a vida.
Frente al riesgo de tergiversar para hacerse creer patrón de amilbarados instintos o simplemente para no reblar, ahora más que nunca, siempre podremos escondernos en una montaña de libros, en una convocatoria extra para desertores. Si en vez de estos picos, se está más por la labor de significar un tipo de sufrimiento para hacerlo fin en si mismo, otro día nos lanzaremos a la yugular de esta locura. Por cierto, yo no tengo el número pero si alguien que lea esto si, que le de un toque para el sábado por la tarde a esa cosa neutra que se sienta en las nubes, que hay nueve goles que levantar. Se os quiere, aunque demasiadas veces no lo parezca y otras tantas no se sepa.


Petición musical: ¡Rueda, fortuna! (Héroes del Silencio)

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