La Historia es nuestra y la hacen los pueblos

jueves, 20 de agosto de 2009

Acelerón

No resulta extraño ver lo rápido que se puede vivir en dos o tres días, la cantidad de personas y de imágenes que pueden pasar por delante de ti y cuyo significado, azaroso o predeterminado, sólo adivinarás mucho tiempo después. Después de todo, cansado, tiendes a reflexionar y encuentras que los porqués únicamente son interrogaciones escondidas para que no las encuentres. A fin de cuentas, lo único señalizado son tus pasos.

Esos pasos han llevado desde Dios hasta el totalitarismo de los condicionantes pasando por las reglas del juego propuestas y la pelota corriendo. Lo mejor de todo el campo oteado es saber que no hay carretera, que alrededor de un par de litros se puede construir una vida, entera y verdadera. Pero también tambalearse. El banco de al lado concuerda cada noche con nosotros, los recuerdos ahogados salen a flote en forma de gafas de pasta, las coincidencias patean las leyes conocidas mientras alguien arriba, abajo o a los lados, se descojona; a la par, retumban cerca, muy cerca, viejos brazos mutilados, caminos hechos de vuelta con el corazón maloliente, nada que el tiempo no certifique e incluso compare con la claridad que se chutan en la ventana de al lado. Queda todo muy a mano para jugárselo a una carta marcada y, sin embargo, que diría Sabina, aquí sigue todo igual, detrás del miedo. Aún nos quedan unas buenas razones para echar mares a la espalda, espalda con espalda, corazón con corazón, distancia con distancia. 30 años no son nada ¿verdad?


Petición musical: Al Tajo (Desera)

martes, 4 de agosto de 2009

La puerta de atrás del cielo

Dulce introducción al caos, dice el Robe en el último disco. Jodido extremeño, debe ser que los picos lo hacen más lúcido a uno, porque si no se explica esa brutal sintetización de los días, cojos al pasar pero oportunistas en lanzarte una sonrisa de última hora para que al día siguiente te despiertes en vez de quedarte a reposar en medio de la avenida de Goya, bien arropado de pócima mágica.

Una vez se me ocurrió leer que la vida tenía bastante poca gracia si no era con alguien al lado con quien compartir y reirse. Algún autorcillo de éxito sería el evocador de tan loables sentimientos. Evocador y gilipoyas, no porque no lleve razón, sino porque es mas prudente callarse, no vaya a ser que a la vuelta de la esquina lo que antes compartías se transforme en una penitencia egoístamente agenciada en calidad de monopolio. Esto es lo de siempre, cabeza versus corazón. Yo lo intento mezclar, para anclarme en lo mediocre; cada uno con su cartel.

Sin embargo, es difícil acabar de aferrarse a una de las dos posiciones anteriores. Más aún cuando el campo se siembra últimamente de sacrificios poco halagüeños. Ni es el momento ni siquiera tiene sentido poner un “por” delante del clásico “qué”. Abrimos el cubo de la basura para darle cobijo a la retórica clásica y nos vamos al cuello del siguiente paso de cebra. Por un lado, la impotencia de no saber si hay una escala de valores que pueda guiñarnos si hacemos las cosas bien o mal. El sufrimiento no merece el calificativo de ajeno y menos cuando nos referimos a estampidas al unísono, a conexiones kilométricas. Por el otro, los finales, claros y sin concesiones, amargos, sonoros, rimbombantes, excéntricos, virulentos, pasados de moda. Los dedos hasta la campanilla o las teclas del ordenador. Complicada elección.

Finalmente, en medio, en la puerta de atrás del cielo, mirando con aversión hacia abajo por el vértigo, la penúltima miseria celebrando el viernes, celebrando la indiferencia de tantos días, esperando mientras anda hacia ningún lado. ¿Esperando? ¿sabes lo que dices? Ni puta idea, para variar. Un claro en la tormenta, dejate de gafas de sol, que el ángel va a venir a abrir la puerta, no sea que te vayas a ir. Por cierto, me han dicho que las ventanas de dentro tienen alfeizar. Va a ser verdad que me dejaste una maravillosa herencia: Los miedos.


Petición musical: Latido Jondo (Marea)