La Historia es nuestra y la hacen los pueblos

viernes, 11 de diciembre de 2009

La indiferencia podría no tener medidas

Hasta este momento no me puedo vanagloriar de haberme fumado cualquier estupefaciente, de haber vivido tres o cuatro veces la misma noche, de haberme puesto hasta el ojete y decir cosas en algún idioma aún desconocido cuando el alba despunta. Seguramente todo habrá ocurrido, o en el mejor de los casos, ocurrirá. Desfilará marcialmente por mis narices y por un momento me habré creído con la existencia mas envidiable que me pueda echar a la cara. Sin embargo, me asusta saber que apenas dos segundos después, o dos días, o dos años, que más da si el tiempo somos nosotros mismos, andaré de nuevo a oscuras, mirando a lo que parece ser el frente, sin mas calor que el frío que es capaz de rodearme.

Parece que nada descubre el saber de la soledad a la que condena todo lo perenne. ¿Y qué es lo que dura para siempre, “per secula seculorum”? ¿Cuántos poetas y juglares varios han cantando, con lira o con guitarra eléctrica, al inexorable paso del tiempo? América lleva ya mucho tiempo a la vista, desde luego. Así, los destellos de vida, todas esas frases encerradas en elixires de eterna juventud, aquello que parece tentarnos a un orgasmo, más materialista que espiritual, sin fin, conforman un pequeño mapa de ruta que nos entretiene en el rutilante errar, el cual algún hijo de buena madre se pensó para pasar buenos ratos. En definitiva, objetivos e ilusiones, merecedores de pena, a cambio de un silencio que contrasta cuando la campana del recreo ha indicado el final.

Definitivamente, la vida y sus trasiegos, los momentos altos y los que tocan a muerto, lo que es estar aquí, con más o menos suerte, ética, fortuna, valentía y demás variedades que hemos inventado, no nos van a enseñar nada más allá de refritos pomposos como el que he perpetrado hasta ahora.

No todo el mundo tiene la suerte de disfrutar de actividades que plasman nítidamente tres conceptos que el caudillaje militar se avino a hurtar: Esfuerzo, sacrificio y lucha. De esta manera, cuando el viento helado cubre lo que me impulsa a despertarme mañana, no olvido lo que tengo, sea poco o mucho, y como de valentía o testículos no ando muy sobrado, me confieso en un susurro “espera…”. Como dice Enrique Bunbury, tocará pronto Poniente a favor y será el momento en que esas diarreas que leí hace poco se conviertan en un tránsito excepcional. Me temo que esta partida no se juega en términos de compensación, ni siquiera hay un premio a la regularidad a aquellos que nunca dan traspiés alguno, por injusto que resulta. Aquí corremos a sensaciones, sin tener idea alguna de los sinsabores que nos esperan. Lo demás es literatura. A veces, esas pequeñas referencias que cada uno ha labrado en lo más íntimo de su ser, te dicen lo contrario, te dicen lo que resulta racional. Y más irracional que los sueños tal vez sean las puertas que abren aquellas sensaciones de más arriba.

Esta vez hemos vuelto a ese sitio que nos reservan los sueños, esa sala de espera tétrica que emite la película de nuestra vida regada por los olvidos que en algún momento nos hicieron sangre. Hemos vuelto porque pensábamos que era mejor, porque así hemos decidido interpretar la jugada, porque hacemos un acto de fe en lo complicado, en aquello más allá de lo que nos marcan como pasos normales. Nos estrellaremos, tal vez, pero la lucidez no nos la van a quitar. Y los recuerdos que salgan a flote hablarán de que, confiando en nosotros mismos, en el destino o en Siddharta Gautama, sentimos que se podía, que podíamos ir más allá, en busca de esa foto de felicidad.

A estas alturas, sería de necios negar que el viernes el que esto suscribe se puso como un tinajo, aunque las resacas ya no son iguales.



Petición musical: ... Y que seas féliz (Malos Vicios)

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